Page 8 - LA PIEDRA FILOSOFAL.pdf
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interés para ambos. Al principio, el sabio lo tomó por algún colega deseoso de tratar sobre asuntos médicos; pero el desconocido abordó, sin rodeos, el arte hermético. Van Helmont le interrumpió al instante diciéndole que, en su opinión, la alquimia era una superstición carente de toda realidad científica y que no quería hablar de ella. Entonces, el forastero le dijo:"
' —Comprendo que no deseéis discutir sobre ello, Maese Van Helmont; pero, ¿queréis hacerme creer que tampoco deseáis verlo?'
"Algo sorprendido, el sabio le preguntó qué entendía él exactamente por 'verlo', el otro respondió:"
' —No estoy contándoos una fábula si os aseguro que la piedra filosofal existe y está dotada de un poder transmutatorio. Tal vez me creáis, y yo me resigno. Pero, ¿seguiréis haciéndolo si yo os entrego una porción de esa piedra y os dejo operar por vuestra propia cuenta?'
"Van Helmont, creyendo habérselas con un loco o un charlatán, respondió que se prestaría a hacer el experimento con el trozo de la piedra siempre y cuando su interlocutor le permitiera actuar solo y establecer sus propias condiciones. Creyó que así desanimaría al personaje, pero se equivocó. El visitante aceptó inmediatamente la propuesta y depositó sobre una cuartilla, en la mesa del químico, algunos granos de un polvo que Van Helmont describió así: 'He visto y manipulado la piedra filosofal. Tenía el color del azafrán en polvo, era pesada y brillaba como el vidrio fragmentado.' "
"Una vez hecho esto, el desconocido pidió permiso para retirarse; como Van Helmont quisiera saber si volvería para comprobar los resultados de la experiencia, él le respondió que no era necesario, porque tenía absoluta confianza en el éxito de la empresa. Mientras le acompañaba hasta la puerta, Van Helmont le preguntó que por qué se había fijado precisamente en él para hacer tal experimento, y el otro le contestó que 'deseaba convencer a un ilustre sabio cuyos trabajos honraban al país.' "
"Desconcertado un tanto ante la firmeza de su interlocutor, el químico decidió hacer el ensayo. Hizo preparar a sus ayudantes de laboratorio un crisol, donde se colocaron ocho onzas de mercurio. Una vez se hubo fundido el metal, Van Helmont echó la pequeña porción de materia que le entregara el desconocido, después de envolverla en un papel, como se le había recomendado. Luego tapó el crisol y aguardó durante un cuarto de hora; concluido ese plazo, hizo llenar de agua el crisol, que se rompió violentamente, con el súbito enfriamiento: en el centro había un trozo de oro cuyo peso era igual al del mercurio que se depositara en él."
"Este relato no es imaginario ni mucho menos. Fue el propio Van Helmont quien dejó constancia, por escrito, de los citados acontecimientos, y los hizo publicar bajo su nombre y responsabilidad. En efecto, tuvo valor y —¿por qué no decirlo?— espíritu científico suficientes para reconocer el error en público y proclamar su convencimiento sobre la realidad del hecho alquímico. (Su obra se titula L'aurore de la medicine) En recuerdo de aquella experiencia, puso el
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