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exista, debemos continuar nosotros; trabajar para comer y poder vivir, existir para la economía de la naturaleza.
A ella no le importa qué ideas tengamos, qué creencias; a ella lo único que le interesa es recibir el alimento correspondiente, el alimento energético que debe pasar por nuestros cuerpos; eso es todo.
Nosotros vivimos riñendo en las casas, en las calles, o en los campos de batalla; sufriendo bajo el tacón de un tirano en la fábrica, posiblemente el de la oficina; pagando nuestros consabidos impuestos para poder figurar como ciudadanos; pagando una renta para que no nos pongan de patitas en la calle, etc., y todo para que esta mole pueda existir, para que este planeta pueda formar parte del concierto de los mundos, para que pueda palpitar y tener existencia.
¡Tantas madres que sufren! ¡Cuántas más adolecen de falta de alimento, algunas ni siquiera tienen la leche para sus criaturas! ¡Cuántos ancianos con sus consabidas experiencias! ¡Cuántos niños que empiezan a recibir regaños! En fin, todo para que una mole planetaria exista.
Es un poco duro esto, un poco cruel, - diría yo -, despiadado; y eso somos, nada más que eso. Si siquiera fuéramos seres humanos, algo sería; pero ni eso. Los pobres animales intelectuales cargando la pena de vivir, eso es lo que somos. Parecería muy pesimista por aquello de que contrasta.
Recordemos las famosas pachangas, y reímos ante la copa, etc., y nos parece que la vida tiene momentos felices y es que no sabemos nosotros entender lo que es felicidad:
confundimos a los instantes de placer con la auténtica y legítima felicidad. Obviamente marchamos por caminos equivocados, y ¿qué queda después del hastío, del placer? Únicamente el desengaño, la decepción.
¡Cuántas veces se casa un hombre que cree que adora a una mujer! ¡Una mujer que cree que ama a su hombre! ¡Se casan! Mas en realidad de verdad estaban auto-fascinados, no se amaban; creían que se amaban, mas no se amaban; ellos pensaban que se amaban. Lo que sucede es que se confunde el Amor con la pasión. Satisfecha la pasión meramente animal, lo único que queda en la pareja que tanto se adoraba es el asco, el hastío, la decepción, y eso es todo. De allí en adelante, la cosa es rutinaria; solamente se habla de Cuenta de Banco, de la renta, de la ropa que está sucia y hay que lavarla, que necesitamos un carro para salir al trabajo de cuando en cuando, salir por allí a dar un paseo para buscar un escape al aburrimiento o a una pachanga que termina en una tremenda borrachera con gran decepción. Y así va pasando la vida hasta que llegamos a viejos, y ya viejos nos sentimos veteranos, nos gusta que nos llamen los bisnietos, que nos digan abuelos, para narrarles nuestras tristes historias de las cuales nos sentimos orgullosos, historias corrientes de la vida: "En mis tiempos el presidente fulano de tal hizo tal y cual obra"; para contarles alguna cruenta lucha fratricida en la que tomamos parte, obviamente para documentarla con nuestras heridas de guerra, de las que bien podemos sentimos orgullosos; que murió nuestro humano tal; que nuestro primo perdió su fortuna o de que los tiempos
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