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Las multitudes piden su crucifixión. No se trata de multitudes meramente externas, sino de multitudes internas. Cada uno de nosotros lleva esas multitudes dentro de sí mismos; me refiero a los agregados psíquicos, a los yoes: piden su crucifixión.
Hay tres traidores que se prestan para llevarlo a la crucifixión que son: Judas, el demonio del deseo; Pilatos, el demonio de la mente; y Caifás, el demonio de la mala voluntad. Esos son los tres traidores. Esos hacen sufrir mucho al Señor.
De manera que el Señor tiene que vivir dentro del Alma Humana todo el Drama Cósmico.
Por último, el Señor es crucificado y después depositado en su Santo Sepulcro Interior, en su Sepulcro de Cristal. Es necesario que el Señor resucite entre su Sepulcro, y Él resucita al Tercer Día, es decir, después de la Tercera Purificación por el Hierro y por el Fuego, después que el Hombre ha pasado por las Tres Purificaciones a base de Hierro y Fuego. Entonces el Señor resucita, nuestro Rey se levanta de su Sepulcro de Cristal, se reviste con el To Soma Heliakon, el Cuerpo de Oro del Hombre Solar, y adviene al mundo Gnóstico-Sensorial; penetra profundamente en la naturaleza orgánica para poder hablar a la humanidad, para poder Trabajar, para poder convertirse, dijéramos, en el Siervo de todos.
Obviamente, es fundamental encarnar al Cristo Íntimo, y es posible encarnarlo, a condición de recibir la Iniciación Venusta.
Es, pues, en la Iniciación Venusta, cuando el Christus Cósmico nace en el corazón del Hombre.
Cuando Él adviene, ciertamente el Iniciado lo único que posee para recibirlo son los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser.
Ese Belén de que se habla en el Evangelio, está dentro de nosotros mismos; porque en la época en que el Hierofante. Jeshua Ben Pandirá enseñara la Doctrina del Cristo, Belén no existía, la aldea de Belén no existía.
Belén viene de un término Caldeo: Bel, que nos recuerda la Torre de Bel, La Torre de Fuego. Todo Hombre tiene primero que poseer La Torre de Bel dentro de sí mismo; es decir, tiene que haber desarrollado el Fuego dentro de sí mismo; haber elevado el Fuego a la Torre, a la parte superior de la cabeza para poder recibir al Señor.
Él tiene que hacerse cargo de nuestros procesos del pensar, del sentir y del obrar. Siendo Él verdaderamente perfecto, tiene que revestirse con la imperfección. Siendo Él una criatura absolutamente Santa, tiene que revestirse con la criatura del pecado, y hacerse dueño de nuestros procesos del pensar, del sentir y del obrar; Él tiene que destruir a los elementos inhumanos que en nuestro interior cargamos. Conforme los va eliminando, va creciendo, y se va desarrollando. Así que cuando ya llega a Hombre y puede predicar la palabra, lo ha hecho a base de grandes sacrificios. Y, por último Él tiene que vivir dentro del corazón del Hombre, todo el Drama Cósmico, tal como está en los Cuatro Evangelios. Y, tiene que ser muerto, porque con su
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