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No.
—¿Es físico?
No.
—¿Es astrónomo? No.
—¿Es ingeniero? No.
—¿Es filósofo? No.
—¿Es músico? No.
—¿Es periodista? No.
—¿Es israelita? Tampoco.
Entonces, ¿por qué desea tanto hablarme? ¿Y por qué ha hecho un donativo tan espléndido a la Universidad hebrea de Palestina?
Soy un ignorante que desea instruirse y mi donativo no es más que un pretexto para ser admitido y escuchado.
Einstein me perforó con sus ojos negros de artista y pareció reflexionar.
Le estoy agradecido por el donativo y por la confianza que tiene en mí. Debe convenir, sin embargo, que decirle algo de mis estudios es casi imposible si usted, como dice, no conoce ni las matemáticas ni la física. Yo estoy habituado a proceder con fórmulas que son incomprensibles para los no iniciados, y hasta entre los iniciados son poquísimos los que han conseguido comprenderlas de un modo perfecto. Tenga, pues, la bondad de excusarme...
No puedo creer — contesté — que un hombre de genio no consiga explicarse con las palabras corrientes. Y mi ignorancia no está, sin embargo, tan absolutamente desprovista de Intuición...
Su modestia — repuso Einstein — y su buena voluntad merecen que haga violencia a mis costumbres. Si algún punto le parece oscuro, le ruego desde ahora que me excuse. No le hablaré de las dos relatividades formuladas por mí: eso ya es una cosa vieja que puede encontrarse en centenares de libros.
Le diré algo sobre la dirección actual de mi pensamiento.
Por naturaleza soy enemigo de las dualidades. Dos fenómenos o dos conceptos que parecen opuestos o diversos, me ofenden. Mi mente tiene un objetivo máximo: Suprimir las diferencias. Obrando así permanezco fiel al espíritu de la conciencia que, desde el tiempo de los griegos, ha inspirado siempre a la unidad. En la vida y en el arte, si se fija usted bien, ocurre lo mismo. El amor tiende a hacer de dos personas un solo ser. La poesía, con el uso perpetuo de la
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