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indeseables que llevamos dentro, los demonios rojos de "Seth", viva personificación de todos nuestros defectos de tipo psicológico. Son ellos los que gritan: ¡Crucifixia! ¡Crucifixia! Y el Señor es entregado a la muerte: ¿Quiénes le azotan? No son acaso todas las multitudes que llevamos en nuestro interior ¿Quiénes le escupen? No son todos esos agregados psíquicos que personifican nuestros defectos ¿Quiénes ponen sobre él la corona de espinas? No son acaso todos esos engendros del infierno que nosotros hemos creado.
El acontecimiento de la historia Crística no es de ayer, es de ahora, es presente; no meramente un pasado, como creen los ignorantes ilustrados. Pero aquellos que comprendan, trabajarán para la cristificación.
El Señor es elevado al Calvario y sobre las cumbres majestuosas del Calvario dirá: "El que en mí cree nunca andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de La vida, yo soy el pan de la vida, yo soy el pan vivo, el que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá la vida eterna, y yo le resucitaré en el día postrero. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí mora y yo en él. El Señor no guarda rencores para nadie... ¡Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu! Pronunciada esta gran palabra, no se escucharán sino rayos y truenos en medio de grandes cataclismos interiores. Cumplida esta labor del espíritu en el cuerpo, será depositado el Cristo o el "Krestos", el Chistrus, Vishnú, el que penetra, en su sepulcro místico.
Y yo les digo en nombre de la Verdad y de la Justicia, que al tercer día, después de esto, después del tercer acto, será
levantado, resucitado en el Iniciado para transformar a éste en una criatura perfecta. Quien lo logre se convertirá de hecho en un Dios, terriblemente divino, más allá del bien y del mal.
Así el Cristo, el Señor Nuestro, el Espíritu del Fuego, desciende; quiere entrar en cada uno de nosotros para transformarnos, para salvarnos, para quebrantar a esos agregados psíquicos que en nuestro interior llevamos, para hacer de nosotros algo distinto, para convertirnos en Dioses.
Tenemos que aprender a ver el Cristo, no desde el punto de vista meramente histórico, sino como el fuego, como una realidad presente, como "INRI".
Tenía se dice, doce Apóstoles; esos doce Apóstoles están dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. Son las doce partes fundamentales de nuestro propio Ser; las doce Potestades dentro de cada uno de ustedes, en su propio Ser Interior profundo... Hay un Pedro, que se entiende con los Misterios del Sexo. Hay un Juan, que representa el Verbo, a la Gran Palabra ¡Heru Pa Kro At! Hay también un Tomás, que nos enseña a manejar la mente. Hay un Pablo, que nos muestra el camino de la Sabiduría, de la filosofía, de la Gnosis.
Dentro de nosotros mismos está también Judas; no aquel Judas que entrega al Cristo por treinta monedas de plata ¡no! Un Judas diferente, un Judas que entiende a fondo la cuestión del Ego. Un Judas cuyo Evangelio nos lleva a la disolución del mí mismo, del sí mismo.
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